Entradas

Saltar o no saltar

Cuando Tomás abrió sus ojos encontró la habitación cubierta por un ambiente enrarecido, sombrío y desolador. Se levantó del suelo y abrió la ventana que daba hacia la Calle 26. Vivía en el sexto piso de un edificio vetusto y desvencijado que literalmente se estaba cayendo a pedazos.   Al asomar su cara recibió una bofetada de viento frío. Respiró hasta llenar de aire y humo de los buses de Transmilenio sus pulmones maltrechos por el consumo de cigarrillo. Miró hacia la calle y se preguntó «¿saltar o no saltar?». El tocadiscos todavía funcionaba. Reproducía Say Hello To Heaven de Temple Of The Dog, en la poderosa voz de Chris Cornell. Nuevamente Tomás se preguntó «¿saltar o no saltar?».   Volvió su cuerpo hacia el pequeño estante de libros. Tomó La nieve del almirante de Álvaro Mutis, lo ojeó rápidamente y buscó en sus páginas una foto de sus padres. Era una imagen de su viaje a Cartagena cuando él contaba con apenas 5 años de edad. Apretó la fotografía contra su pecho y se aproxim

La doncella

A Ricardo Llamas, Carlos Troche  y Yolanda Barrios 23 de marzo:    El vuelo con destino a Ciudad de México partió desde Bogotá a la 1:15 a.m. Tuve que estar en el aeropuerto un par de horas antes. No hubo grandes despedidas, lágrimas o abrazos. Mis papás me dejaron en la entrada de El Dorado y siguieron su marcha. No aprueban mi viaje en lo absoluto. Siento envidia por todas esas personas que tienen a alguien que les diga: “adiós, cuídate mucho. Te deseo un feliz viaje. Te estaré esperando”.    En el avión repartieron sándwich de pollo y gaseosa. Hubo tanta turbulencia que no pude pegar el ojo en toda la noche. Igual no me hizo falta, soy de sueño ligero y rara vez duermo más de tres horas.   A las 5:00 a.m. (hora mexicana) me recibió Ernesto, me llevó a su ‘depa’. El lugar consta de dos pisos conectados por una escalera de madera, sin barandales, cuyo color caramelo contrasta perfectamente con las paredes blancas de la sala. Hay tres cuartos grandes, dos de ellos tienen

El ave

  Desde antes de que comenzara  el concierto de Iggy Pop me encontraba con mi nena en primera fila, justo detrás de la valla de seguridad que separaba a Iggy de su público. Una niña (porque yo, con 35 años en mi haber, ya veo a las mujeres de 18 como niñas) se acercó por detrás y me susurró al oído sin que mi nena se diera cuenta. Deberías dejarme adelante tuyo, mira que soy más bajita y podríamos hacer más cosas, dijo. ¿Perdón?, respondí en voz alta, sorprendido ante lo que me acababa de decir. No había escuchado mal, pero en mi cerebro algo había hecho “crack”. En esas mi nena se volteó y miró a la niña. Más que imaginar cualquier cantidad de imágenes sexuales con esta niña de 18 años (no lo niego, estaba buena), lo primero que vino a mi mente fue mi sobrina, Martina, de más o menos la misma edad. La imaginé saliendo con un man de mi edad o mayor. Claro, está en su derecho, sería incapaz de juzgarla, además soy el tío chévere, ¿cómo podría?, pero la idea me chocó como una botella ll

Madre tierra

A José Isidoro, mi papá abuelo Mis momentos de cordura son cada vez más escasos. Por lo menos todavía estoy en la capacidad de distinguir entre una alucinación y un momento de lucidez. Mis ochenta y un años me sirven de referencia: si veo a mi madre, Alicia, sé que estoy alucinando; si veo mis manos decrépitas y el resto de mi cuerpo enjuto y vetusto, sé que estoy en la realidad.    Aunque la Levadopa controla los temblores en mis manos, y el Razadin hace que no olvide tan pronto las cosas, he de sucumbir entre movimientos involuntarios y una mente completamente en blanco mientras espero el llamado de mi Dios. Por fin sabré qué hay más allá de este camino tortuoso e infernal llamado vida.    La tierra me espera. En ella habrá de pudrirse este cuerpo maltrecho; en ella habré de nacer de nuevo. Y entonces allí, abajo, sobre bultos de tierra fértil, probaré con mi lengua sus sollozos, palparé sus lamentos entre mis dedos y oleré la tristeza de los que me amaron y amé, aunque ya

Tres menos cuarto

A Fabián García y Jaime Rodríguez    12:27 a.m. Julio, Roberto y yo estábamos en mi cuarto, hablábamos en ese momento de I Want To Talk About You, de John Coltrane, en vivo en el Newport Jazz Festival de 1963. Sonaba el vinilo en mi viejo tocadiscos comprado en el centro de Bogotá, en un callejón por la 19, antes de llegar a la Séptima; era un edificio de tres pisos muy antiguo y lleno de locales poco agradables a la vista, repletos de cables y chatarra. Recuerdo que lo vi y me dije   « ése es » . El dueño del sitio, un hombre enjuto, moreno y de gafas gruesas, lo limpió y engrasó. Para probar el funcionamiento del tocadiscos puso la canción So What del vinilo Kind Of Blue de Miles Davis. Al sentir las vibraciones de la aguja desplazándose a través de la línea del acetato vi en mi mente la trompeta de Miles Davis, el saxofón tenor de John Coltrane, el piano de Bill Evans, la batería de Jimmy Cobb y el profundo y melancólico bajo de Paul Chambers. Nunca antes me había enam

La espera

Voy por mi séptimo cigarrillo. Realmente estoy muy ansioso. Me paré frente a su apartamento hace una hora. Me pregunto si no estará. No he notado movimiento en la ventana de su sala. Lamento mucho que ya no me deje entrar desde nuestra última discusión. Si tan sólo… Bueno, no importa, prefiero no pensar en el pasado. Que nos veamos afuera de su apartamento, no es problema. Tengo suerte de que todavía me hable. La espera me está matando. Nada que oscurece lo suficiente como para que tenga que encender la luz de la sala y yo sepa que está allí. ¿Y si timbro de nuevo? A lo mejor el timbre está dañado. ¿O si lanzo una piedrita hacia la ventana de la sala? No. Una vez me dijo que no lo hiciera nunca. No sé en dónde se pudo haber metido. Ya debería estar en su apartamento, o mejor, afuera de él atendiéndome.    Dije que prefería no pensar en el pasado pero me resulta imposible dado que estoy impaciente porque nada que llega y yo sigo aquí esperando al frente de su apartamento. Octavo ciga

Ambulante

En la estación de Transmilenio, Salitre - El Greco , se subió, en la ruta B16, que va desde el portal El Dorado hasta el Terminal, en el norte de la ciudad, un hombre de traje, sin corbata, con escaso cabello entrecano, barba blanca de tres días y ojeras de no haber dormido en una semana entera. Dijo él, desde el centro del bus articulado: «Buenas noches, damas y caballeros. De antemano les ofrezco disculpas si los incomodo de alguna forma, pues no es mi intención hacerlo. Vengo a quitarles cinco minutos de su valioso tiempo. Soy bogotano, tengo 49 años. Trabajé durante 25 años en una empresa de jabones que seguramente recordarán por el comercial del oso de peluche que se mete bajo ducha, tararea una canción mientras se baña y luego queda muy limpio. Llegué en el 90 siendo operario de una máquina mezcladora de productos químicos y luego fui ascendiendo, con mucho esfuerzo, hasta llegar a ocupar uno de los cargos más importantes dentro de la compañía. Con mi esposa llevaba 15 años de